jueves, 22 de agosto de 2013

"Tito, mi gran amigo"

Tito, mi gran amigo
Por Pilar Redondo Benítez

¡¡Hola soy Emma!! Hace mucho tiempo tuve un chupete que me aliviaba mis pequeñas y doloridas encías. Éste era de caucho, grande, feo y orondo, su color: entre un marrón anaranjado o amarillo viejo, viejo, viejo... Pero era mi mejor amigo, lo mejor que me habían regalado cuando era pequeña.


A veces, mi hermano Theo intentaba quitármelo por las noches, y yo me despertaba con un vacío grande y seco en mi boca. Lloraba hasta que en décimas de segundos volvía mi amigo fiel e inseparable.  Y solo entonces volvía a conciliar el sueño.
Otras, en cambio, jugábamos al escondite mientras él se ocultaba en mi cajón de muñecas y tazas de té, o entre los barrotes de mi cuna niquelada. Siempre estaba allí, para consolarme, para protegerme, para aliviarme. 
Así fue como "Tito" -así llamaba a mi chupete porque cuando era pequeña me costaba decir chiquitito- y yo, fuimos amigos.
A mi mamá y a mí nos gustaba ir todos los días al parque, a pasar las tardes rodeadas de sus hermosas fuentes, a escuchar el canto de los pavos reales, a dar de comer a los patos, y como no, a  pasear entre sus frondosos árboles y palmeras.
Pero un buen día cuando yo tenía 2 añitos y algunos meses, perdí a mi amigo Tito en el parque. Sin darme cuenta ya no lo chupaba, estiraba y mordisqueaba como antes. Pero me encantaba tenerlo en mi boca y sentirme segura con él.
Entonces Mamá y yo lo buscamos por todas partes pero sin éxito alguno. Lloraba desconsolada porque sin él no podía estar. Fuimos al puesto de información por si algún turista lo había visto y dejado, también nos acercamos a los quioscos de la zona pero nadie sabía nada de mi chupete.
Lloré, lloré y dejé derramar mis lágrimas y mis babas que me colgaban de mi boca e iban descansando en un trocito de tierra blanda y fértil del parque. Por cada gota caída en el suelo saltaban granitos de arena hacia arriba, formando pequeños charquitos bajo mis pies. Allí solía jugar y pasar mis horas divirtiéndome con él. Cerca había un banco de piedra gris oscuro donde mi mamá pasaba largas horas mirándome. Algo insólito iba a suceder en ese preciso momento, pero mi tristeza por la pérdida de Tito, empañó lo que delante de mí comenzaba a aparecer y mis ojos no lograban ver.
Se hizo de noche y ya no quedaba sitio por el cuál buscar y ni gente a la que preguntar. Con los ojos llorosos, rojos y doloridos me fui a mi casa en brazos de mi madre.
Aquella noche mi padre me trajo un regalo.
-"Mira cariño, te traigo un regalo muy especial, ¿quieres abrirlo?"
No estaba yo por la labor, pero un regalo es un regalo...
Así que lo abrí y mi sorpresa es que mi padre me había regalado un sustituto de mi amigo Tito.
Le di las gracias pero no me lo metí en la boca, no compartí con él mis encías, no durmió conmigo, pero sí lo dejé en su cajita para que nunca me olvidara de mi viejo amigo.
No quise pisar el parque durante algunos años, hasta que un buen día escuché hablar de un magnífico árbol el cuál había crecido en mi parque preferido, ¡¡¡un árbol muy especial!!! - decía la gente.
Mis padres y yo fuimos a visitarlo, recorrimos todos los caminos, fuentes, estanques hasta que vimos el árbol más bonito y con el color entre un marrón anaranjado y un amarillo viejo, viejo, viejo.
Me fui acercando poco a poco y me di cuenta que el árbol tenía la forma de chupete.
En ese momento comprendí que el árbol que tanto hablaba la gente había crecido en el lugar donde yo solía pasar largas horas jugando y masticando a mi amigo Tito.
Alcé la mirada y me encontré a mi fiel amigo, feliz y contento meciéndose en una de las ramas, y a su lado muchos chupetes como él. 
Con el paso de los años los niños y niñas de la ciudad iban a visitarlo y le dejaban su bien más preciado cuando ya les habían salido todos los dientes.
Por cada chupe que se colgaba, el árbol se hacía más fuerte y robusto, crecía y crecía, y sus ramas cada vez más repletas de chupetes, bailaban al son del viento, componiendo melodías para los que allí se acercaban a dejar a su amigo de la infancia.
Entonces pensé que se alimentaba de las babas y del cariño de cada uno de los niños y niñas de la ciudad.
Así fue como mi amor por Tito creció en forma de árbol de los chupetes.

...Y colorín colorete se acabó la historia del árbol de los chupetes...



No hay comentarios:

Publicar un comentario